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Dukakis y el tanque. La historia secreta de la peor foto de campaña de la historia.

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Matt Bennett todavía puede oír a los periodistas riéndose; a todos, a los 90. Todavía ve a Sam Donaldson partiéndose, inmensa carcajada, sobre la colina que dominaba un campo de los suburbios de Detroit. En 1988 Bennett era un soldado de la política con 23 años de edad, cuando le enviaron a una factoría de General Dynamics en Sterling Heights, Michigan, para organizar una parada de campaña para el candidato demócrata Michael Dukakis: una vuelta en un tanque M1A1Abrams Main Battle de 68 toneladas. La visita, que pretendía reforzar la credibilidad del candidato como futuro comandante en jefe, se convertiría en uno de los peores bumerangs de campaña de la historia.

Al terminar el evento, cuando las risas de los reporteros ya se habían difuminado y la comitiva de Dukakis se preparaba para marchar, uno de los ayudantes que viajaban con el candidato se acercó a Bennett: “Buen evento, Matt”, sentenció con tono letal. “Puede que nos haya costado la elección. Pero aparte de eso ha estado genial”.

DUKAKIS

* * *

La imagen del pequeño gobernador de Massachusetts pretendiendo ser quien no era y haciendo de paso el ridículo el día 13 de septiembre de 1988, me ha perseguido como un fantasma, como lo habría hecho con cualquier otra persona en quien un candidato hubiera confiado su éxito, sea por unas horas o incluso por unos minutos.

Como Bennett, yo también trabajaba en la campaña de Dukakis, y luego seguimos trabajando juntos para la Casa Blanca de Clinton. Me he sentado en innumerables reuniones en las que algún listo nos advertía de que un determinado punto de la agenda del presidente podría ser “un momento tanque de Dukakis”. La advertencia generalmente viene cuando hay algún tipo de ropaje implicado. El paseo en tanque todavía hoy se invoca cada vez que un político declina la invitación a ponerse cualquier cosa en la cabeza. Como hizo el presidente Obama a principios de 2013, cuando alguien le pasó un casco del equipo de fútbol de la Armada y el presidente rechazó ponérselo. (“Si eres el presidente no te pones nada en la cabeza”, dijo. “Eso se explica en Primero de Política”). Pero la historia del desastroso paseo en tanque también perdura como ejemplo de las consecuencias no intencionadas de la escenografía política. Y eso, para mi, ha sido siempre la parte más fascinante de la historia de aquel desastre; un misterio a resolver. ¿Cómo pudo ocurrir, al fin y al cabo, algo en lo que ahora todo el mundo coincide en afirmar que fue una idea horrible?

25 años después del notorio desastre, el pasado verano, me puse – con la ayuda de Steve Silverman, un compañero del 88 y colega de Clinton desde hace tiempo – a investigar qué es lo que puso al famoso tanque en funcionamiento y por qué nadie lo paró. En más de 20 entrevistas largas, encontré una historia que me sorprendió: lo cierto es que muchos de los asesores de Dukakis trataron de detener el paseo en el tanque, aunque otros estaban convencidos de que la fotografía era imprescindible. Pelearon sobre el asunto entre ellos, enviaron advertencias al cuartel general de campaña, argumentaron con pasión en reuniones, e incluso solicitaron ayuda de un reparador técnico, todo para nada. Que algunos intentaran pararlo y no pudieran es, por sí sola, una historia muy humana sobre la simple inercia: la dificultad de cambiar el curso de las cosas una vez que se ha puesto en marcha un plan. Pero es también una historia de responsabilidad: un fracaso de liderazgo que llevó a un candidato que estaba ocupado demostrando su “competencia” tecnocrática, a hacer una campaña miope e incompetente.

Para desentrañar el cuento, empecé con Bennett, un viejo amigo de los años de Clinton. Compartió conmigo unas referencias en su diario de hace un cuarto de siglo sobre la debacle del tanque, con seis páginas a máquina de escribir. El diario de Bennett era un excelente comienzo. Pero también quería hablar con otros que estuvieron allí, incluyendo el anfitrión de Dukakis en General Dynamics Land Systems, los ayudantes de campaña que volaron con él en el avión de campaña, y los asesores del gobernador en Política Exterior, James Steinberg y Madeleine Albright, que estaban aquel día en Sterling Heights y que habían ayudado a marcar el mensaje de campaña que subyacía al paseo en tanque.

Algunos miembros del cuartel general de campaña me explicaron cómo se sintieron tras preparar el viaje desde Boston y el sentimiento de nausea que tuvieron cuando lo vieron por televisión. En Washington, el equipo de Bush y Quayle también lo estaba viendo. El director adjunto de la campaña, Rich Bond, recuerda que el tanque fue “un regalo inmenso” cuyo impacto fue claro desde la misma mañana del 14 de septiembre, cuando su equipo revisaba los recortes de prensa de la tarde anterior y estudiaba las fotos de los periódicos del día. Los republicanos a los que pregunté estaban felices de hablar; los demócratas, algo menos. Muchos no quisieron que se les nombrara. Otros evitaron el que era probablemente el detalle más importante: cómo es posible que aquel casco de comandante de tanque, con apariencia tan idiota, terminara en la cabeza del candidato. Como suele decirse, la victoria tiene mil padres, pero la derrota es huérfana.

* * *

Bennett llegó el jueves 8 de septiembre a Sterling Heights, en el centro del Condado de Macomb, en Michigan – un suburbio de Detroit donde abundaban los demócratas pro-Reagan que Dukakis tenía que cortejar. Había recibido las instrucciones de Katie Whelan, la responsable de agenda en el cuartel general: organizar un paseo en tanque para el gobernador, seguido de un discurso. En ese momento, parecía lógico.

Dukakis había dominado la pelea por la nominación demócrata ese año, capitalizando el renacimiento de la economía en el Estado de la Bahía, el llamado “milagro de Massachusetts”, y su historia personal de la familia de un inmigrante griego que cumplía con el Sueño Americano. Si se hubiera limitado a utilizar su biografía durante la campaña presidencial… Por el contrario, se obsesionó con el mensaje de la competencia y expuso toda su vulnerabilidad a las baterías de fusilamiento del equipo del vicepresidente George H. W. Bush, que las utilizó en una nueva era del combate político. Uno de los objetivos eran las políticas de Dukakis en materia de defensa nacional. Aunque el futuro mostraría que en realidad era un visionario, Dukakis se había situado a sí mismo muy lejos del fin de la Guerra Fría. Él decía que el presidente Reagan había gastado demasiado en el arsenal nuclear del país y que había minusvalorado el valor del armamento convencional. El tanque Abrams que Dukakis conduciría era la representación física de ese mensaje. Al menos esa era la idea.

Bennet cogió su llave en su hotel, se encontró con los otros miembros del equipo de avanzada y se presentó a sus anfitriones de General Dynamics, los fabricantes del tanque M1A1 de 4,3 millones de dólares. Los miembros de la avanzada están dedicados a papeles específicos: dirección, prensa, lugar, asistentes, comitiva motorizada y hotel. En Sterling Heights, Paul Holtzman era el director general mientras que Bennett era el director sobre el terreno: básicamente el productor del evento, el responsable de la coreografía y la escenografía de la visita.

Bennett creía que la visita era una mala idea y trató de advertir al cuartel general, pero su preocupación inicial tenía poco que ver con la manufactura de la imagen presidencial. Como licenciado, había escrito su tesina sobre los peligros del complejo industrial militar. “Yo defendía que General Dynamics no era la compañía con la que un candidato demócrata debía acostarse”, escribió en su diario. “No me sorprendió que me dijeran de muchas maneras distintas que me callara y que hiciera mi trabajo”.

La decisión de visitar General Dynamics la habían tomado los asesores principales muy por encima del grado salarial de Bennett, y había adquirido cuerpo mucho antes en la campaña. Mientras Dukakis estaba aún cimentando su liderazgo en las primarias demócratas, hizo una parada en Derry, New Hampshire. Fue dos días antes de la primera ronda nacional de las primarias en febrero y Dukakis dio un discurso titulado “Renovando la fuerza de América: una Política Exterior para los 90″. Según me dijo Jim Steinberg, “la idea era encontrar un ángulo que le diera credibilidad en materia de seguridad nacional y política exterior”. El ángulo se debía ajustar, en el estilo pragmático de Dukakis, a los análisis aritméticos de coste y beneficio. “Un punto central del argumento”, dijo Steinberg, “era que él estaba en contra de todas esas armas nucleares porque no las necesitábamos y porque suponían detraer dinero de las armas convencionales que sí necesitábamos”. Armas como un tanque, por ejemplo.

Las primarias terminaron el 7 de junio con Dukakis como candidato demócrata in pectore a la presidencia. La siguiente parada era Atlanta para la convención, la primera a la que yo asistí. Desde aquella no me perdí ninguna. En mi año libre de universidad, me encantaba estar en el Ommi Coliseum, viendo a la “ministra” de Economía del Estado de Texas Ann Richards humillar verbalmente al vicepresidente Bush, y a Bill Clinton irse de tiempo para nominar a su compañero gobernador de Massachusetts. Cuando Clinton terminó por fin, todos aclamamos a Dukakis según llegaba para aceptar la nominación de su partido. Fue una entrada espectacular, con Dukakis haciendo el largo paseo desde el fondo del Omni, acompañado del “Coming to America” de Neil Diamond, la oda del cantante a la típica historia del inmigrante. Era, bajo cualquier punto de vista, el punto álgido de la candidatura de Dukakis.

Desde entonces, las cosas fueron tranquilas… y desastrosas. Con un margen de ventaja de 17 puntos en las encuestas, Dukakis volvió a Massachusetts para su peregrinaje anual al Oeste del Estado. Mientras el candidato quemaba días de viaje en Massachusetts, los republicanos llenaban el espacio de las noticias, lanzándole pelotazos desde todos los ángulos, cuestionando todo, desde su patriotismo (“¿Qué es lo que le preocupa del Juramento?”, preguntó Bush a la multitud en Los Ángeles, refiriéndose a un veto de 1977 para que no hubiera obligación de tal juramento en las escuelas), a su salud mental (“Yo no voy a elegir a un inválido”, dijo Reagan, refiriéndose al rumor de que el gobernador había pasado por un tratamiento de depresión). Estos nuevos ataques se construían sobre un asalto anterior de principios de verano, que se refería al excarcelamiento de un asesino llamado Willie Horton (“Para cuando hayamos terminado”, decía orgulloso Lee Atwater, el jefe de campaña de Bush, “la gente se preguntará si Willie Horton es el candidato a vicepresidente de Dukakis”).

Para el Día del Trabajo, Bush ya superaba a Dukakis en las encuestas. “Tienen dos semanas para darle la vuelta a la campaña”, dijo el republicano de Massachussetts Barney Frank. El 17 de septiembre marcaría la apertura de los Juegos Olímpicos de Seúl, Corea del Sur, desviando las miradas con respecto a la política. Cada día en la campaña hasta entonces había sido de mucho valor. Tanto Bush como Dukakis habían tanteado la visita del Arsenal de Garrison en Detroit, propiedad del Departamento de Defensa, en el que el M1A1 se montaba. El Pentágono había rechazado esas peticiones con el argumento de que sus naves estaban fuera de los límites de la política.Y así se cruzó Gordon England, un vicepresidente de General Dynamics Land Systems, y futuro secretario de la Armada, que ofreció invitar a Dukakis a la propia nave de la empresa en Sterling Heights.

El jefe de campaña en Michigan, John Eades, quería a su candidato en el condado de Macomb, pero sabía de la tendencia de Dukakis a desechar la posibilidad. “Y de repente”, recuerda, “el equipo de campaña quería convertirlo en un halcón amante del ejército y deseando abrazar un tanque”. Eades fue superado con facilidad por los asesores de campaña, el senador Sam Nunn de Georgia, por aquel entonces presidente del Comité de Defensa del Senado, y senador Carl Levin de Michigan, que tenía a General Dynamics, y a su amplia nómina sindical, en su circunscripción. Tanto Nunn como Levin apoyaron la visita.

El equipo pergeñó las grandes líneas de un giro en la campaña para que se centrara en la defensa nacional, incluyendo una parada en Sterling Heights. “La gente de más arriba en la campaña oyó exactamente cómo el evento se estaba desarrollando”, me contó Joyce Carrier, directora del equipo de avanzada. “Fueron como tres o cuatro días de discusión en los que todo el mundo sabía que se metería en el tanque. A nadie le sorprendió”.

* * *

El equipo de campaña sabía que el camino para reforzar la imagen en Defensa nacional sería duro. Dukakis había servido en la Armada durante dos años tras la Universidad, pero sus trabajos como diputado y luego gobernador le habían dejado un currículo más limitado en materia de Defensa que el de su oponente. Bush, sin embargo, había sido aviador durante la Segunda Guerra Mundial, embajador, director de la CIA y vicepresidente por dos mandatos.

En una encuesta que publicó Los Angeles Times el mismo fin de semana en que Bennett estaba diseñando los planes para el paseo en tanque, Dukakis dominaba cinco a uno a Bush en el atributo “se preocupa de la gente como yo”. Pero en la pregunta clave sobre la Guerra Fría – “¿Qué candidato cree usted que haría mejor el trabajo de asegurar nuestra defensa nacional?” – el 54 por ciento decía Bush y sólo el 18 decía Dukakis. “Eso tenía que abordarse, y tenía que abordarse con decisión”, me dijo Leslie Dach, director de comunicación. Los miembros del equipo discutían en la sede central sobre cuán agresiva debería ser la defensa del candidato de sus credenciales militares. “Había posiciones muy encontradas”, recuerda la directora de campaña Susan Estrich. De un lado estaba el duro senador Nunn, que proponía utilizar los días de campaña para reducir la distancia con Bush en materia de Seguridad. De otro lado estaba el gobernador de Arkansas Clinton, también asesor en la campaña, que creía que Dukakis tenía que jugar sobre sus fortalezas – empleo, salud y educación – en lugar de pretender ser quien no era.

“Si Mike Dukakis entraba en una escuela o en un hospital o en una oficina de empleo, podía ponerse cualquier cosa en la cabeza sin ningún problema”, dice Estrich. “Era un tipo que se encontraba cómodo en esos lugares”. Pero el debate estaba sentenciado para el sábado 10 de septiembre, tres días antes de la visita a Sterling Heights: durante la cena en Boston esa noche, Dukakis y sus asesores explicaron a sus nuevos co-presidentes nacionales, incluyendo a Nunn, los planes para el nuevo giro hacia Defensa que la campaña daría en los días siguientes. Habría discursos en Filadelfia y Cincinnati el lunes, y otro en Chicaco el martes, al que seguiría el paseo en tanque y un cuarto discurso en Sterling Heights. El giro llegaría a su climax con un gran discurso en Georgetown el miércoles. En Sterling Heights, Bennett explicó cada uno de los movimientos que Dukakis debería hacer en General Dynamics. Dukakis leería su discurso con sus propuestas sobre defensa y la vuelta en tanque ofrecería la parte gráfica de la cobertura informativa.

Pero esto no era cualquier tipo de información gráfica. El tanque medía dos metros y medio de alto, con el torso de Dukakis sobresaliendo algo menos de un metro más. Se tendría que construir una tarima de prensa más alta de lo normal para mantener a las cámaras y al candidato al mismo nivel, una regla de oro del manual de avanzada. Bennett también tuvo que lidiar con la enrevesada coreografía de colocar a Dukakis abordo del M1A1 evitando la imagen poco edificante de un hombre de 1,74 de estatura escalando un tanque de dos metros y medio. El problema se había resuelto permitiendo que Dukakis abordara el tanque a puerta cerrada en un gran garaje de la planta de General Dynamics.

Pero entonces estaba el asunto del casco, que General Dynamics insistía que era necesario tanto por motivos de seguridad, si el tanque iba a conducirse a su velocidad punta que es de 64 kms. por hora, como para la comunicación entre los conductores.

Joyce Carrier, la directora de avanzada, recuerda que hasta ese momento la campaña había sido especialmente renuente a los sombreros. “Aparte del hecho de que no le quedaban bien”, me dijo, “es que no podías ni imaginarle con un sobrero en la cabeza”. La regla era que cualquier sombrero que se le diera al gobernador sería recogido con agradecimiento y agitado con alegría en el escenario, pero bajo ningún concepto debería depositarse en su cabeza.

Motivos por los cuales Bennett estaba de los nervios. “Esto va a ser un desastre monumental”, recuerda él haberle dicho a Whelan (ella declinó hacer comentarios on the record para este artículo). Las advertencias de Bennett resultaron inútiles, por lo que se preocupó sencillamente de hacer su trabajo. En su diario recogió el viaje de ensayo que hizo en el tanque con el director del equipo avanzado de prensa, Neal Flieger: “Quería contarle a Dukakis cómo se sentía aquello; Neal quería revisar el tiro de cámara desde las tarimas; los dos queríamos subir al puñetero tanque. Y lo hicimos, y vaya si fue divertido…”.

El viaje empezó bastante bien en Filadelfia pero sufrió un imprevisto en una fábrica de motores de avión de General Electric a las afueras de Cincinnati. El senador por Ohio John Glenn, antiguo piloto y astronauta presentó a Dukakis, pero se encontró con abucheos que continuaron durante el discurso de Dukakis. El Chicago Tribune colocó en el titular “Trabajadores de Defensa abuchean a Dukakis”.

La campaña no podría soportar otra caída en Detroit, y Joe Lockhart, el responsable adjunto de prensa, sabía que el equipo de avanzada estaba nervioso a propósito del paseo en tanque. En Cincinnati, el equipo que estaba en el avión de la campaña se lo pensó y decidió enviar por delante a Michigan al director de viajes, Jack Weeks, que había estado viajando con Dukakis. Su principal preocupación era que se repitiera el desastre de la planta de motores – saboteadores entre el público – pero el casco también requería algo de atención.

Weeks, que entonces tenía 36 años, era de una presencia imponente para un joven de la avanzada como Matt Bennett. Veterano ya de cuatro campañas presidenciales, era de apariencia dura, resultado de su educación en el sur de Boston, pero también se había graduado en Harvard. Aunque Weeks estaba ahora en el equipo de élite que volaba en el avión de Dukakis, él aún se tenía a sí mismo como un operario de tierra. Una palmadita en la espalda de Jack podía significarlo todo para uno de los guerrilleros de carretera de Dukakis, pero el mismo Jack podía echar por tierra tu plan mejor diseñado si no le gustaba lo que veía. Weeks tenía una misión sencilla en Sterling Heinghts: evitar otra metedura de pata. Contener a los saboteadores era la parte fácil. A pocas horas del momento, sin embargo, Weeks no vio ninguna opción que fuera buena en el asunto del casco.

El paseo en tanque debería haberse cortado de raíz en Boston mucho antes de que Weeks llegara, me dijo el propio Weeks. “Hay un momento en el que te das cuenta de que alguien no lo está entendiendo, y no era solo Mike Dukakis”. Weeks es reticente a dar nombres incluso 25 años después, pero es evidente su desdén general hacia los afectados asesores de Washington. Cree que el paseo en tanque no podía ya evitarse once horas antes. Y lo cree con razón. Escapar del paseo en tanque habría generado un montón de preguntas por parte de la prensa. Limitarse a pasear por las huellas del tanque habría parecido escaqueo. Y hacer un paseo lento por la vía de prueba sin el casco habría parecido también ridículo.

Weeks se reunió con Bennett y con el resto del equipo de avanzada temprano en la mañana del día señalado. Weeks recuerda a Holtzman, al frente de dicho equipo, probándose el mono y el casco. “Paul se prueba la ropa y yo digo, está bien, Paul”. “Ponte el caso”, le comento. “Hay un espejo, ve y mírate en él”. Él se mira en el espejo. Yo le digo: “Pareces un imbécil. Fuera casco”.

Pero esa opinión de Weeks resultó ser una ilusión. No importó si todo el mundo en la campaña deseara que el casco desapareciera. Si Dukakis iba a hacer un recorrido a 40 millas por hora, y no solo a subirse a bordo del tanque para una foto, los protocolos de General Dynamics requerían llevar protección para la cabeza.

Era una regla que el candidato era poco probable que rechazara. “Dukakis nunca iba a ningún lado sin abrocharse el cinturón de seguridad”, recuerda Nick Mitropoulos, el omnipresente guardaespaldas de Dukakis.

La gente del equipo de avanzada se consideraban más prácticos y lógicos que el staff que estaba en el cuartel general de campaña, pero cómo ellos –que eran realmente los responsables de guiar a Dukakis por las instalaciones de General Dynamics- abordaron ese asunto sigue siendo un tema polémico. Bennett escribió en su diario de 1988 que ellos llegaron a un acuerdo, y luego cruzaron sus dedos: Dukakis saldría del garaje con el casco puesto y haría una demostración a toda velocidad. Luego se quitaría el casco, y el tanque pasaría más lentamente por delante de las cámaras. “Le dije a Weeks lo que pasaría: Dukakis parecería un imbécil si llevaba el casco, pero no sería capaz de oír y se sentiría inseguro por ello”, escribió Bennett en su diario. “Jack decidió que llevaría el caso para el tramo a alta velocidad y que se lo quitaría para pasar, más lento, ante las cámaras”.

Flieger declinó comentar nada on the record para este artículo y Holtzman no respondió a múltiples llamadas y correos electrónicos para que participara en él.

Dos cosas están claras: Bennett se equivocó, al menos, en el orden de los dos paseos –Dukakis salió del garaje sin casco– y Weeks mantiene que no se llegó a ningún acuerdo, y que se mantuvo firme en lo que pensaba instintivamente desde el principio. “Se suponía que no iba a haber casco”, me dijo. Bennett, por su lado, reafirma que a Dukakis se le informó plenamente sobre la coreografía diseñada de un paseo rápido y otro lento. “Lo recuerdo como si fuera ayer. Y lo tengo escrito”, afirma.

Jack Weeks señala que se sorprendió cuando vio a Dukakis llevando el casco. “Se suponía que no debería llevarlo”, comenta.

El avión de campaña de Dukakis aterrizó en Detroit el 13 de septiembre y la caravana comenzó su rápido viaje a Sterling Heights. Una vez allí, Dukakis se reunió con responsables de General Dynamics, mientras la prensa tomaba posiciones. El candidato entonces se puso las prendas de protección con su nombre bordado y se dirigió al M1A1. Siguiendo el plan de Bennett, se subió al tanque a puerta cerrada.

Madeleine Albright, quien eran asesora de Dukakis en seguridad nacional, vio cómo se desarrolló la escena. “La gente de General Dynamics le dio el casco, y le dijeron –y él vaciló– ‘tiene que llevarlo porque aquí es donde está el equipo de sonido y para que pueda oír las instrucciones’”, me dijo Albright.

“Michael es un Boy Scout”, señala Mindy Lubber, responsable de la agenda. “Es un tipo al que le gusta seguir las reglas, especialmente si son razonables”.

Una fotografía que apareció en un libro de mesa de 1989 firmado por el ex fotógrafo de Newsweek Arthur Grace mostraba a Dukakis, sin casco, en lo alto del tanque mientras salía del garaje. Si el evento hubiera terminado en ese momento…

El M1A1 cruzó lentamente a la otra punta de la pista de prueba mientras que los fotógrafos y los cámaras seguían sus movimientos con sus lentes de largo alcance. Luego, el tanque se detuvo y dio la vuelta hacia los espectadores.

“Mi reacción fue, ‘Mierda, el tanque se ha quedado sin combustible’”, me contó Weeks. “El titular de prensa que me vino a la mente fue, ‘La campaña de Dukakis se queda sin gasolina’. De repente, el tanque gana velocidad y él tiene el casco puesto”.

Weeks me dijo que él se sorprendió de ver el casco, y lamenta que, como jefe del equipo de avanzada, no estuviera allí durante el paseo para mantenerlo alejado de la cabeza de su jefe. “Si alguien me pregunta qué fue lo que fastidió todo, fue no haber contado con una persona de avanzada a su lado para protegerle”. Pero solo había espacio para cuatro en el M1A1: el candidato y Gordon England arriba, un agente del Servicio Secreto y un conductor de General Dynamics dentro del tanque.

England rechazó la idea de que ponerse el casco fuera una decisión tomada durante el paseo en tanque. “La cosa del casco fue acordada con el equipo de avanzada mucho antes del día del evento y no se improvisó (nada!) durante el paseo”, me escribió en un email. “Recordaría haber tenido un debate sobre el casco antes del evento”.

En el paseo final en frente de las gradas preparadas para la prensa, el tanque se aproximó a las cámaras de frente, desviándose en el último segundo, pasando el cañón del tanque tan cerca de los periodistas que se tuvieron que agachar para que no les decapitara. Si el tanque hubiera mantenido su distancia, la icónica imagen de Dukakis nunca hubiera sido tomada.

Por el contrario, el plano corto, capturando a un sonriente Dukakis –señalando con el dedo y llevando un casco con su nombre escrito como si fuera una etiqueta de campamento de verano- ocupó las primeras páginas al día siguiente.

Cuando el tanque hizo todo el recorrido y regresó al garaje, Bennett estaba allí para recibir al candidato. Tal y como escribió en su diario, Dukakis “no era consciente entonces de las humillaciones que iban a venir y estaba burbujeante con el mismo entusiasmo que Neal y yo. Mientras se bajaba del tanque, todos le dijimos que había estado fantástico (realmente lo pensábamos), y fue animado para dar su discurso”.

Joe Lockhart, el secretario de prensa adjunto, recuerda a alguien en el avión de campaña esa misma tarde preguntándole a Dukakis por qué se puso el casco. Dukakis dijo que quería oír lo que decía England. “Eso era típico de Mike Dukakis”, me dijo Lockhart. “Para cualquier otro, eso era una foto-oportunidad. Dukakis quería entender cómo funcionada el tanque”.

* * *

Los periodistas corrieron a escribir sus historias. Bernard Weinraub, de The New York Times, escribió 274 palabras. “Olviden a John Wayne y Clint Eastwood. Olviden a Rambo. Conozcan a Macho Mike Dukakis”, escribió.

The New York Times publicó una pieza corta sobre el paseo en tanque al día siguiente, el 14 de septiembre de 1988. En otra esquina de la sala de prensa, la red de corresponsales que viajaban con Dukakis –San Donaldson de ABC, Bruce Morton de CBS y Chris Wallace de NBC- trabajaban en sus guiones. Wallace hizo una noticia de dos minutos que comenzaba con las imágenes del tanque pero incluía también trozos de los discursos de Dukakis en Chicago y en Sterling Heights.

“Dukakis no ha anunciado ninguna valiente iniciativa hoy”, concluyó Wallace. “Ha dicho poco que no haya sido dicho por Ronald Reagan. Pero para un candidato que está tratando de demostrar que sigue la línea general en política exterior, esto puede que no sea tan malo”.

Varios productores de televisión felicitaron a Lockhart por el evento -habían estado frustrados después de cubrir ocho años a Reagan y su orquestada presidencia por Mike Deaver- porque Dukakis les dieran algunas pocas imágenes memorables. Lockhart y el resto del equipo de tierra estaban aliviados de que no hubiera sido peor. “No estaba seguro de que fuera la mejor cosa que hicimos nunca. No estaba seguro que fuera la peor. Solo sabía que teníamos otro evento una hora después”, me dijo Lockhart.

De vuelta en Boston, el staff del cuartel general tenía una valoración muy clara. “El mismo segundo que vimos la imagen en las noticias de las seis en punto, sentimos una punzada en el estómago”, recuerda Lubber. “Independientemente de cualquier cosa que saliera de la boca del gobernador, vimos las imágenes de Dukakis con su cabeza en ese ridículo sombrero”.

A 650 kilómetros al sur, las imágenes también llamaron la atención en el cuartel general de Bush-Quayle en Washington. Richard Bond, el responsable adjunto de campaña y futuro presidente del Comité Nacional Republicano, me dijo que fue al día siguiente, durante su habitual reunión de las siete de la mañana con el jefe de campaña Lee Atwater, el director de investigación Jim Pinkerton y otros, cuando se dio cuenta de la magnitud del regalo que les acababan de hacer.

“Alguien dijo, ‘Dios, se parece a Alfred E. Newman’, que era un personaje de la revista Mad. Atwater, Pinkerton y yo crecimos leyendo la revista Mad. Y, literalmente, nos morimos de la risa”, me contó Bond.

David Demarest, el director de comunicación de Bush, tenía un equipo de jóvenes ayudantes que pasaban las mañanas buceando en noticias para dar con “El Mensaje del Día”. Esta sencilla página de mensajes se le pasaba a Atwater y al presidente de campaña James Baker para su aprobación a primera hora de la tarde y luego enviada por fax a los abonados en todo el país.

“Realmente nos divertimos mucho con el asunto del tanque”, me contó Demarest. “Durante unos tres días, lo destacamos en nuestros mensaje del día, todos llenos de “Tank you very much” y “No tanks” . El 15 de septiembre, dos días después del episodio del tanque, el equipo de Demarest todavía se lo estaban pasando en grande a costa de Dukakis.”Sentándose en un tanque no hace a Estados Unidos estar en lo alto”, decía uno de los mensajes de ese día.

Viajando a bordo del Air Force Two, Bush recibió el memo. “Ahora él viaja en un tanque. Salta del tanque, se quita el caso y tiene diferentes opiniones”, Bush dijo a los periodistas en Ohio al día siguiente. “No puedes engañar el liderazgo soviético debilitando la política de defensa de Estados Unidos y luego montarte en un taque durante 10 minutos”.

El lunes 19 de septiembre, Rowland Evans y Robert Novak ofrecieron quizás la información de prensa más devastadora hasta el momento en su columna de opinión sindicada. “Aullidos de carcajadas resuenan en el cuartel general de Bush en Washington”, escribieron, “donde el ridículo estaba preparado para el discurso del candidato del viernes. Gente del Partido Demócrata solo pueden sacudir sus cabezas en desesperación”.

Para el martes, una encuesta reflejó que Dukakis había perdido bastante terreno, con 25% diciendo que probablemente no le votaría por el asunto del tanque.

El día de las elecciones estaba a siete semanas de distancia.

Sig Rogich acababa de volver a su apartamento en la tarde del 13 de septiembre cuando puso la televisión y vio las imágenes de Sterling Heights. “Recuerdo que pensé, `No puedo creerme que le hayan puesto en esa posición`”, me dijo Rogich. Las imágenes le dieron a Rogich, director de publicidad de Bush, una idea para un nuevo anuncio. Cogió un lápiz amarillo y comenzó a hacer un boceto de un anuncio de 30 segundos.

Rogich había formado parte del “Equipo Martes” de publicistas que hicieron anuncios como “Morning in America” para la campaña de Reagan de 1984. Ahora, cuatro años más tarde, había sido llevado a Washington desde su agencia de publicidad de Las Vegas para trabajar por Bush. Rogich reclutó a Jin Weller, otro veterano del 84. El equipo estaba comandado por Roger Ailes, asesor de comunicación de Bush, ahora al frente de la cadena de noticias de la Fox.

Rogich compartió sus notas con Weller a la mañana siguiente, y escribieron un guión. Pero no podían hacer un anuncio sin las imágenes de Sterling Heights, y ninguna de las cadenas de televisión se las vendería para un uso político. Tal y como Rogich recuerda, “finalmente encontramos una grabación de 11 segundos de un tipo independiente y la compramos. Si miras detenidamente el anuncio, las imágenes se repiten una y otra vez, hasta rellenar un anuncio de 30 segundos. Y luego congelamos la imagen al final”. Esta imagen congelada del final era la de Dukakis con el casco sonriendo, apuntando con el dedo a la cámara.

Rogich y Weller añadieron efectos sonoros de engranajes para simular el ruido del tanque al moverse, mezclado con ruido de motor. Mientras versiones iniciales del anuncio se visionaron como prueba, Ailes insistió que se añadiera texto adicional en pantalla para hacer el spot igual de potente si se veía sin sonido. Esto podía constreñir el punto artístico del anuncio, pero se retorcía dentro de Dukakis como un cuchillo oxidado.

El elemento final fue la voz grave del narrador leyendo el guión:

Michael Dukakis se ha opuesto virtualmente a cada sistema de defensa que hemos desarrollado.
Se opuso a nuevos portaviones.
Se opuso a armas antisatélite.
Se opuso a cuatro sistemas de misiles, incluyendo el despliegue del Pershing Dos.
Dukakis se opuso al bombardero Stealth y a un sistema de alarma terrestre contra ataques nucleares.
Incluso criticó nuestra misión de rescate en Granada y nuestro ataque a Libia.
¿Ahora quiere ser nuestro Comandante en Jefe?
América no puede permitirse ese riesgo.

Durante ese tiempo, dejé mi rol en el departamento de recaudación de fondos y me fui a la carretera como hombre de avanzada. Vi de primera mano –en mítines que ayudé a organizar en Detroit y en Portland- como Dukakis finalmente encontró ritmo con un nuevo mensaje populista, “Estoy de vuestro lado”. No habíamos olvidado las lecciones de Sterling Heights –Dukakis nunca vistió otro sombrero- pero dos décadas antes de que apareciera YouTube o los teléfonos móviles inteligentes, las imágenes del paseo en tanque no podrían difundirse viralmente más allá de las noticias del 13 de septiembre.

Parecía un recuerdo que se desvanecería rápidamente. Pero eso pronto iba a cambiar.

“Estamos cómodamente por delante en las encuestas”, recuerda Rogich. “Cuestioné si debíamos usar el anuncio de Dukakis. Llamé al (presidente de campaña) Jim Baker y dije ‘no estoy seguro de que lo necesitemos, y no sería mejor cerrar la campaña en un tono positivo?’ Él dijo, ‘Votamos y tu perdiste’”.

El anuncio del tanque se estrenó la noche del 18 de octubre durante el tercer juego de las Series Mundiales en el que Oakland A´s venció a Los Angeles Dodgers 2-1. El anuncio congela al gobernador, sus dientes blancos una fina franja de marfil en la pantalla a mitad de camino de la etiqueta del casco que ponía “Mike Dukakis” y el texto final del anuncio –America no se puede permitir ese riesgo- que se repetiría, una y otra vez, en las noticias que seguían en la programación.

El viernes 21 de octubre, la campaña de Dukakis emitió una respuesta. El spot de un minuto –escrito, filmando y editado en 3 días- era el doble de largo del anuncio al que debía rebatir. Comienza con un monitor de televisión mostrando el M1A1 avanzando hacia la cámara. Justo cuando el narrador de Bush está a punto de comenzar, una mano sale de la parte de debajo de la derecha del monitor y apaga la televisión. La cámara se retira para descubrir que quien censura el anuncio es el propio Dukakis.

“Esto harto de ello”, señala. “Nunca he visto nada como esto en mis 25 años en la vida pública: los anuncios negativos de George Bush. Distorsionando mi pasado. Llenos de mentiras, y él lo sabe”. El guión continúa, con Dukakis haciendo la clase de argumentación racional, y larga para un anuncio, que uno esperaría que hiciera. Luego la pantalla se fundía a negro.

El apresurado y reactivo anuncio de Dukakis lo único que hizo fue llamar más la atención del embarazoso paseo del tanque. David D´Alessandro, el jefe de anuncios de Dukakis, diría más tarde a Los Angeles Times que a los miembros del equipo de publicidad “nunca les dieron una estrategia. Nunca les dieron datos de las encuestas, nunca les dieron investigaciones. Fue el “ponle la cola al burro” de la publicidad”.

Había una última persona quien, por una vez por todas, podía resolver el misterio de cómo el casco acabó en la cabeza del candidato.

Michael Dukakis celebró su 80 cumpleaños el 3 de noviembre de 2013, casi 25 años más tarde que el día en que Bush le ganara por una diferencia de 7 millones de votos y 426 a 111 votos del colegio electoral.

Dukakis finalizó lo que le quedaba de su mandado como gobernador. Hoy es un feliz profesor de ciencia política en la Northeastern University de Boston. Él y su mujer, Kitty, tienen ocho nietos y recientemente celebraron su 50 aniversario. Si alguna vez reflexionó sobre la catástrofe del 13 de septiembre de 1988, se guardó los pensamientos para él solo.

“¿Debía haber estado en el tanque?”, dijo a U.S. News & World Report en 2008. “Probablemente no, en retrospectiva. Pero estos días cuando la gente me pregunta, ‘Has llegado hasta aquí en un tanque’ Siempre respondo, ‘No, y nunca vomité sobre el primer ministro japonés –un gancho directo a Bush, quien si lo hizo en una banquete en 1992. “Pero, ya sabes, cosas pasan…”.

Bennett guarda un souvenir de Sterling Heights: la ropa grisácea de General Dynamics que vistió Dukakis. Durante años se las puso para Halloween. Una vez llamó a la Institución Smithsonian y dejó un mensaje ofreciendo el traje al Museo de Historia de America, pero nunca nadie le devolvió la llamada. De acuerdo a tres fuentes, el casco de Dukakis recorrió el camino de vuelta al cuartel general de Dukakis en Boston y eventualmente cayó en posesión del asesor de campaña John Sasso, quien a día de hoy todavía lo tiene.

Bennett nunca olvidó las lecciones de Sterling Heights. Las aplicó cuando se convirtió en el director de viajes del vicepresidente Al Gore –el papel que Jack Weeks desempeñó en la campaña de Dukakis. Como me dijo recientemente, “Si una persona del equipo de avanzada me dice ‘Esto va a salir mal’, dedico mucho tiempo a pensar sobre ello porque yo fui ese chico”.

A comienzos de este año, escribí una nota a Dukakis, contándole el trabajo que hice por él en 1988, nuestra compartida alma mater e incluso el hecho de que él y mi madre fueron compañeros de instituto. “Sé que este no es su asunto favorito”, escribí, “pero espero que me permita hablar con usted sobre él y obtener su visión única un cuarto de siglo después”.

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Me escribió al día siguiente:

9 de julio de 2013

Josh:

Estoy muy agradecido de todo lo que hizo en 1988, y no quiero sonar poco colaborador, pero creo que el episodio del tanque ya ha recorrido su camino. No perdí las elecciones debido a ese episodio mucho más que Romney perdió las elecciones debido al “America, la Hermosa”. Perdí las elecciones porque decidí no responder a la campaña de ataques de Bush, y en retrospectiva esa fue una decisión bastante estúpida.

Mike Dukakis.

Josh King trabajó como director de producción de eventos presidenciales en la Casa Blanca de 1993 a 1997. Es el presentador del programa de fin de semana “Polioptics” en SiriusXM Satellite Radio’s POTUS Channel. King vive en Nueva York. Síguele en Twitter en @Polioptics.


Original en Ingles: http://www.politico.com/magazine/story/2013/11/dukakis-and-the-tank-99119_Page4.html

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